En lo más profundo del bosque, una oquedad rocosa por la que rezuma el agua, gota a gota, deslizándose entre la piedra musgosa, hasta que en un salto vertiginoso, impropio de su trabajoso viaje por la roqueña pendiente, nace la fuente umbría. Agua infatigable que alimenta un pequeño estanque, plácido y fresco, permanentemente sombreado por los sauces que lo bordean.

Allí, justo al lado del salto de agua, hay una roca, húmeda y pulida por el continuo salpicar, que parece moldeada a propósito para la reflexión, que invita al viajero a un no muy arduo trasiego pendiente arriba para descansar de la fatiga y, con suerte, sentir el roce cálido del sol, que serpentea entre las ramas de los árboles y sólo muy de vez en cuando espejea en el agua.

Sentémonos, pues, junto a la fuente umbría.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Un comienzo


Escucho el lento rumor del agua, hoy la fuente umbría se desliza lenta y perezosamente, apenas espoleada por una musa cansada, aletargada, a la que sólo a fuerza de ruegos, adulaciones y maldiciones -las menos, cierto es- es posible convocar. Confío, no obstante, en que alguna vez acuda rauda, brillante y hermosa, y haga barbotar a la fuente, convirtiéndola en un lugar de recreo y bullicio para las ondinas.

Sirva esta primera entrada como inauguración de un proyecto que todavía no tiene muy claros rumbo ni finalidad; quizás obedece simplemente a la necesidad de recuperar ciertos hábitos, fórmulas y sortilegios que faciliten la venida de la esquiva musa, quién sabe.

Lo cierto es que aquellos que me conocen saben de mi aversión al exhibicionismo y al oropel; prefiero el retiro, la oscuridad en la que maceran lentamente las ideas, los esbozos y esos proyectos nunca acabados. Una condena particular a la que son destinados por mi incapacidad para llevarlos a buen puerto, un castigo que quizás sea hora de levantar.

Dejemos, pues, que alcen el vuelo, que salgan a la luz cegadora, parpadeantes, confusos, temblorosos e ignorantes. Espero, a diferencia del padre de la Criatura, no renegar de ellos, que florezcan alimentados por la límpida agua de este manantial.

Otro día, cuando el frescor de tan idílico paraje sea un vago recuerdo sobre mi piel, pensaremos en la ironía mi claudicación.

Hasta entonces, confío en tu benevolencia, amable lector.