En lo más profundo del bosque, una oquedad rocosa por la que rezuma el agua, gota a gota, deslizándose entre la piedra musgosa, hasta que en un salto vertiginoso, impropio de su trabajoso viaje por la roqueña pendiente, nace la fuente umbría. Agua infatigable que alimenta un pequeño estanque, plácido y fresco, permanentemente sombreado por los sauces que lo bordean.

Allí, justo al lado del salto de agua, hay una roca, húmeda y pulida por el continuo salpicar, que parece moldeada a propósito para la reflexión, que invita al viajero a un no muy arduo trasiego pendiente arriba para descansar de la fatiga y, con suerte, sentir el roce cálido del sol, que serpentea entre las ramas de los árboles y sólo muy de vez en cuando espejea en el agua.

Sentémonos, pues, junto a la fuente umbría.

lunes, 3 de abril de 2017

El ogro no está en casa

Juanito inspiró hondo y resopló al exigir un último esfuerzo a sus nervudos brazos. "Un poquito más" se dijo. Sentía arder las palmas de las manos y cuando se apoyó, tembloroso, en la piedra agradeció la frialdad de las losas de mármol. Por fin había llegado. Ahora sí se atrevió a mirar hacia abajo, a lo largo de la gigantesca mata que había trepado durante casi un día entero. Abajo, mucho más abajo, se podían ver los campos de labor, el molino quejumbroso de los bataneros y el camino real que serpenteaba hacia el este, las luces temblorosas de las granjas salpicaban su trazado. Empezaba a anochecer y los campesinos se recogían en sus moradas.

Con un suspiro se puso en pie, sus piernas protestaron débilmente pero era joven e intrépido y, además, no había nadie en casa. Así lo decía el cuento. Con paso decidido se dirigió al interior del castillo donde le aguardaba la oca de los huevos de oro, graznando al silencio de aquella enorme edificación totalmente abandonada.

***

El otro día, mientras cenábamos los dos solos (mira qué es lento el jodío), el más pequeño me contaba su día en el colegio. Habían estado leyendo un nuevo cuento, Jack y las habichuelas mágicas.

Inciso: Me encantan esos momentos "los dos solos", ya sea con el pequeño o la mayor. Puede ser cuando vas del cole de pequeños al de mayores y el tiempo no apremia o en la cena que se eterniza, como fue este caso. Si quieres dar ejemplo, no te queda más remedio que permanecer al pie del cañón, el trono de la paciencia, lo llamo, hasta que terminan sus judías verdes. La mayor había terminado hacía largo rato y estaba leyendo en la cama. Se sienten libres porque tienen tu absoluta atención y si haces un pequeño esfuerzo -una hora para terminar las judías puede desquiciar al más templado- lo pasas en grande.

A lo que iba. Me contaba la historia de las habichuelas mágicas y en un momento dado dije "y entonces se encuentra con un ogro malvado que custodia la oca".

Miguel detuvo su parloteo y me miró extrañado, pensando que ya estaba su padre inventando cosas. 

No, dijo con el rostro serio, aquí no sale ningún ogro. Había también una pizca de duda en su voz, ¿se había perdido algo?, debía estar pensando.

Haciendo gala de pensamiento rápido reculé y le confirmé que debía ser otra historia de cuando yo era niño. La verdad es que los enanos concilian bastante bien que las cosas difieran de su época a la nuestra. Le pedí que continuara contándome el cuento... en el que ningún ogro custodiaba a la oca, donde Jack no tenía más que agarrar por el pescuezo al ánade en cuestión y coger los huevos de oro... que no sabía para qué servían. Eran de oro, molan. Punto y final.

Le hice un par de preguntas, si Jack pasó miedo escalando o si tardó mucho tiempo en hacerlo, charlamos hasta que terminó sus judías con tomate -mira qué casualidad- y yo me quedé con la historia bien guardada en el coleto.

Me pregunto si no nos estaremos pasando con eso de proteger y no traumatizar a los pequeños y siempre me viene a la cabeza la afirmación que comparto con una amiga arqueóloga: "los antiguos eran antiguos, no idiotas", la cual nos sirve para explicar muchas a cosas a la gente que se sorprende de la existencia de alcantarillado o de la elección de sitios privilegiados para alzar ciudades o pueblos... no sé, por ejemplo, alejados del cauce de un río.

Creo que si sustituimos antiguos por niños, la expresión conserva toda su validez.

La cuestión es que en mi experiencia los pequeños asumen muy bien la existencia de los malvados, puede ser más bonito o enriquecedor que algunos puedan llegar a convertirse en personas o monstruos decentes, pero no pasa nada si alguno de ellos recibe una solución expeditiva. Es más, en ocasiones, lo están deseando. Es sobre todo una cuestión de tono y regodeo, creo yo, pero no pasa nada porque el ogro sea derrotado por su avaricia y caiga castillo abajo o que la malvada bruja se derrita cuando Dorotea le arroja un cubo de agua.

Los villanos, los ogros, las brujas cumplen una función en los cuentos, al igual que los héroes, ayudan a visualizar el bien y el mal, lo moral de lo inmoral y permiten que los pequeños sientan que pueden salir victoriosos. Que la luz es capaz de derrotar a la oscuridad.

¿Quiere decir esto que todas nuestras historias deben ser maniqueas? No, por San Christian Andersen. Hay magníficas historias donde no existe un villano o, el aparente villano, no lo es realmente. Historias que contribuyen a adentrarnos poco a poco en la realidad de los grises. Por ejemplo, el maestro Miyazaki con hermosísimas películas aptas para la infancia, Totoro o Ponyo en el acantilado, muestra cómo narrar sin villanos.

Pero creo que les hurtamos algo a nuestros pequeños cuando dulcificamos su entorno hasta el extremo en que las brujas, los ogros y los villanos desaparecen de la función.

Mientras escribía estas líneas me encuentro con este artículo en el que cuentan cómo esta sobreprotección infantil encorseta de mala manera la literatura infantil e incluso mucha de la materia que se da en clase: Literatura infantil: miedo, brujas, ogros y autocensura. Descubro también que es el día de la literatura infantil.

Así que por una vez los astros se alinean y la fuente umbría discurre por senderos actuales, cosa realmente extrañísima. Seguramente, alguna bruja está tejiendo mi destino en su rueca.