En lo más profundo del bosque, una oquedad rocosa por la que rezuma el agua, gota a gota, deslizándose entre la piedra musgosa, hasta que en un salto vertiginoso, impropio de su trabajoso viaje por la roqueña pendiente, nace la fuente umbría. Agua infatigable que alimenta un pequeño estanque, plácido y fresco, permanentemente sombreado por los sauces que lo bordean.

Allí, justo al lado del salto de agua, hay una roca, húmeda y pulida por el continuo salpicar, que parece moldeada a propósito para la reflexión, que invita al viajero a un no muy arduo trasiego pendiente arriba para descansar de la fatiga y, con suerte, sentir el roce cálido del sol, que serpentea entre las ramas de los árboles y sólo muy de vez en cuando espejea en el agua.

Sentémonos, pues, junto a la fuente umbría.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Dos veranos

El hombre se arrodilló con tristeza. Incluso allí había llegado la sequía, el sol había agostado aquel frondoso y umbrío lugar, imponiendo su marca quebradiza y polvorienta sobre el ramaje antaño verde.

Como la respiración de un moribundo que persevera en aferrarse a la vida un hilillo de agua se escondía a la sombra de las rocas y se deslizaba furtivo, temeroso de los rayos fulgurantes del más tórrido verano que recordaban los más ancianos, hacia la menguada charca en busca de refugio.

Todavía había esperanza.


***

Inexorable. El tiempo pasa a una velocidad sorprendente. Casi dos años desde que me planteara este ejercicio exhibicionista que tanta renuencia inspiraba en mis entrañas. 

Cinco entradas en ¡dos años!, ritmo de producción que no envidiaría ni el propio Leonardo Da Vinci, quien nunca llegó a sentirse satisfecho con su Gioconda ni, probablemente, con ninguna de sus obras. 

Podría escudarme en que ha sido una resistencia pudorosa y la toma de conciencia sobre la ironía de exponer pensamientos que, con gran certeza, a nadie incumben han sido los factores decisivos para tan magra producción.

También podría fingir que han sido mis otras ocupaciones las que han consumido el escaso tiempo disponible, en detrimento de este proyecto. Proyecto que, a fin de cuentas, no tiene un objetivo claro y apenas sirve como exorcismo para esos pensamientos, ideas, esbozos, párrafos inacabados que se acumulan, triste humus improductivo, en mi interior. 

Sí, son mentiras que podría susurrar cada vez que mis ojos se posasen por la carpeta digital que contiene los apuntes para este espacio.

Pero si a algo me debo es a una mínima honestidad personal. Triste sería engañarse en un ejercicio al que nadie me ha llamado.

Ha sido ese dios rutinario que te seduce día a día, susurrando en tu oído y vertiendo un icor de flor de loto: descansa en mis brazos, deja que te meza con suavidad y adormezca inquietudes e impulsos. Te has ganado un merecido descanso. 

Es tan fácil dejarse llevar por el día a día. Aceptar que estás demasiado cansado como para imponerte una nueva obligación.

Y son tantos los matatiempos que bullen a nuestro alrededor y facilitan semejante rendición. Tantos que incluso empiezan a surgir negocios para recordarnos la cantidad de tiempo que invertimos en ellos. Me aparto, no obstante, de este camino que desembocará, a buen seguro, en una diatriba contra la vida moderna que rozará el maniqueísmo más perverso.

No. No es la finalidad de esta entrada. Ya llegará el canto a un tiempo perdido (estamos en la edad).

No. La finalidad es emplazarme a este compromiso conmigo mismo. He perdido un par de batallas, veamos si se puede lograr alguna victoria.

El agua mana turbia, quizás mañana fluya con mayor transparencia.