En lo más profundo del bosque, una oquedad rocosa por la que rezuma el agua, gota a gota, deslizándose entre la piedra musgosa, hasta que en un salto vertiginoso, impropio de su trabajoso viaje por la roqueña pendiente, nace la fuente umbría. Agua infatigable que alimenta un pequeño estanque, plácido y fresco, permanentemente sombreado por los sauces que lo bordean.

Allí, justo al lado del salto de agua, hay una roca, húmeda y pulida por el continuo salpicar, que parece moldeada a propósito para la reflexión, que invita al viajero a un no muy arduo trasiego pendiente arriba para descansar de la fatiga y, con suerte, sentir el roce cálido del sol, que serpentea entre las ramas de los árboles y sólo muy de vez en cuando espejea en el agua.

Sentémonos, pues, junto a la fuente umbría.

sábado, 11 de marzo de 2017

Cielo azul promesa

La fuente umbría saltaba de peña en peña briosa, sin mesura, despilfarrando las aguas lentamente acumuladas en los hielos invernales, salpicaba juguetona los lindes del estanque arrancándolo de su letargo, urgiéndolo a unirse en su canto victorioso, a la explosión de verdor que todavía con pudor asomaba en los sauces. 

Deméter sonríe ante la inminente llegada de su hija desde las profundidades del Averno. Hades volverá a mirar con rencor a Zeus y se sumirá en pensamientos todavía más lúgubres y negros. Perséfone ya camina descalza por la hierba, con la promesa de la primavera en sus manos.

***  


Ha llegado, por fin. 

Ese primer día que anuncia la primavera, todavía fresco, engañoso -volverán los fríos- pero el cielo despejado, de un intenso azul claro, velazqueño, el sol amable, amistoso, con ganas de brillar y el aire vibrante, vivificante no engañan: a regañadientes, el abuelo invierno va alejándose aunque su largo brazo todavía nos sujete por el hombro y haya de darnos un fuerte apretón de despedida, un abrazo que no debiera cogernos por sorpresa. 

Sin embargo, hoy dejamos que la promesa de la primavera embargue nuestros corazones. Hay algo casi místico en este primer día, pleno de renacimiento. Los falsos almendros que puedes encontrar en cualquier pequeña plaza de Madrid lucen esplendorosos, saludan a tu paso y exhiben insolentes sus flores rosadas, llenan de color cada esquina rompiendo la monotonía gris cemento de los edificios.

Si respiras hondo y te detienes un momento puedes sentirlo. La opresión cotidiana, las prisas con las que te encaminas hacia la vorágine diaria: levanta a los niños, corred, desayunad, lavaos los dientes, vamos, vamos, adiós, tened un día genial, vuela al trabajo, agota la jornada. Todo ello desaparece. 

Hoy miras a los enanos de otra manera, camináis más despacio, te detienes junto a los árboles en flor, te prometes llevarlos a la Quinta de los Molinos y, por primera vez en muchos días, te sientes más vivo, más feliz.

Vuelven las fuerzas, largo tiempo aletargadas; los proyectos en hibernación, ideas pesadas que nunca terminan de germinar recobran su atractivo, se aclaran conceptos, tramas, párrafos, argumentos. Todo parece más sencillo, de una evidencia casi insultante, iluminados por ese sol reconfortante, aventados por ese aire a promesa de primavera que inunda tus pulmones.

Te sientes pagano en este renacer, en este día comulgas con la naturaleza que se despereza y abre los ojos somnolienta. 

El sol primerizo calienta tu cuerpo, tarareas No surrender de Bruce Springsteen convencido de que mientras vuelvas a sentirte así cada primavera, la cotidianidad, el lento martillear de la vida no te habrán doblegado y tus sueños seguirán a la vuelta de la esquina, aguardando.