En lo más profundo del bosque, una oquedad rocosa por la que rezuma el agua, gota a gota, deslizándose entre la piedra musgosa, hasta que en un salto vertiginoso, impropio de su trabajoso viaje por la roqueña pendiente, nace la fuente umbría. Agua infatigable que alimenta un pequeño estanque, plácido y fresco, permanentemente sombreado por los sauces que lo bordean.

Allí, justo al lado del salto de agua, hay una roca, húmeda y pulida por el continuo salpicar, que parece moldeada a propósito para la reflexión, que invita al viajero a un no muy arduo trasiego pendiente arriba para descansar de la fatiga y, con suerte, sentir el roce cálido del sol, que serpentea entre las ramas de los árboles y sólo muy de vez en cuando espejea en el agua.

Sentémonos, pues, junto a la fuente umbría.

jueves, 2 de octubre de 2014

Pero Miguel



"Pero Miguel", la expresión llega estruendosa, una andanada imprevista, inmisericorde y no exenta de cierta brutalidad. Por un momento, el silencio se adueña de mí, un breve destello de incredulidad, un muy contenido orgullo y un pinchazo de tristeza me asaltan en lo que tardo en dar un paso atrás, desplazándome lo imprescindible, mientras enarbolo un apaciguador vale. El socorrido vale que acude presto a la menor ocasión.

Dejo hacer mientras pienso que lo que me ha impactado, paralizado, no es el nombre propio en labios de mi hija de cinco años, ¿dónde quedó el papá o ese papi zalamero cuando quiere algo -algo que también parece innato-?

No.

Es la advertencia, la suficiencia que destilan esas dos palabras, tan bien utilizadas, tan bien entonadas. Puedo yo sola, ya lo sé, no me lo repitas, se condensan en ese “Pero Miguel” que ha llegado a traición, sin aviso alguno.

Me pregunto en qué escuela lo ha aprendido, ¿en qué momento alcanzó la sabiduría para conocer el momento, el tono y el tempo justos para dejar caer esas dos palabras con tanto tino? De pronto, tan solo con pronunciarlas, se convierte en adulta, se alza para mirarte de igual a igual. 

Me digo a mí mismo que no hay nada premeditado, consciente o perverso en ello. Con humildad, me maravillo (otra vez) ante el desarrollo de procesos mentales que, en nuestra ignorancia y convencidos de nuestra adulta superioridad, consideramos impropios de niños.

Seres a los que no siempre sabemos tratar, ora como incapaces, entes inmaduros que se pueden romper a la menor presión, ora como adultos en miniatura a los que exigimos que asuman una vida que nos ha costado años asimilar, dejando la infancia por el camino. Nos olvidamos de que tienen su propia esencia, lógica y coherencia interna; que ponen toda su imaginación, intuición, vountad, recursos, conocimiento y experiencia para afrontar un mundo que no comprenden (¿lo hacemos nosotros?), un mundo constreñido por normas arbitrarias y, fundamentalmente, por nuestra propia inconstancia. Lo que me recuerda a esta divertida reflexión de Neil de Grasse Tyson: Deja que los niños jueguen. No sé si será un gran científico pero sí me parece un maravilloso divulgador.

Quedan ahí esas dos palabras "Pero Miguel" resonando en el aire, creando un pequeño vacío, que poco a poco irá ampliándose con el tiempo. Es inevitable. Está creciendo.

No me importa. 

En realidad, sí me importa. Lucharé con todas mis fuerzas para que conserve lo mejor de ser un niño, para que no huya de la infancia como de un campo devastado con nuestras ensoñaciones añorantes de un pasado idealizado. 

Han de encontrar su propio camino a través de la infancia, aunque eso suponga abandonar el sendero que le hemos trazado, amorosamente, con tanto mimo o se manifiesten con ese "Pero Miguel" que se escucha brutal en tan tiernos labios. 

Sólo podemos aspirar a dotarles de las herramientas necesarias para andar ese camino que será, necesariamente, distinto al nuestro o al que imaginamos. 

Con todo, lo más importante es que, a pesar de todos los "Pero Miguel", y habrán de venir más -algunos mucho más dolorosos que éste-, seguiré estando ahí, a medida que construya su propio camino; a uno, dos o tres pasos de distancia, a los que sean necesarios, los que vaya reclamando... y peleando. Porque, y esta es la ironía final, tendrá que pelearlos. Está inscrito en nuestro ADN, no cederemos fácilmente y posiblemente nunca asumamos esa realidad: tienen que crecer.

Hoy la fuente brota límpida, cristalina y fresca, nutrida por emociones y reflexiones de lo cotidiano; un hito para un padre, algo que ocurre desde hace milenios. 

Está creciendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario